Recuerdo un sueño que tuve cuando era un jovencillo.
Escuché a personas hablar sobre el crucifijo que está plantado en el suelo en el patio de la casa de un amigo. Sentí curiosidad y decidí ir y averiguar qué estaba causando esta agitación. Pero antes de que pudiera llegar al lugar, escuché fuertes gritos de temor y muchos huir del lugar. Me dejé llevar por su miedo y también me escapé sin saber por qué. Pero no importaba por dónde giraba, el crucifijo parecerá estar flotando sobre mí, siguiéndome por donde sea que giraba.
En ese momento me desperté, jadeando por respirar.
Lo habría olvidado si ese mismo sueño no se repitiera cuando estaba en la escuela secundaria. Pero en este sueño pude ver el crucifijo plantado en el suelo incluso antes de llegar allí. Estaba inclinado un poco hacia atrás. Jamás podía olvidar la claridad de la cara en ese crucifijo. Me miraba como para decirme algo. Pero, al igual que en el primer sueño, incluso antes de llegar al lugar, sucedió lo mismo y el mismo miedo se apoderó de mí y me escapé. Y al igual que en el primero, el crucifijo continuó flotando sobre mí siguiéndome a donde quiera que me fuera. No pude esconderme de ello.
A ese sueño le siguió otro. Estaba oscuro y escuchaba muchísimas voces que lloraban en agonía. Me asusté cuando el sonido se hizo más y más fuerte como si se me acercara. Me desperté aterrorizado. Mis padres se preocuparon porque estaba gritando de miedo mientras dormía. En ese mismo momento, una gran multitud pasaba a lo largo de la calle frente a nuestra casa haciendo el Vía Crucis.
Desde de ese momento, sigo recordando estos sueños.
Un día, uno de mis profesores de teología nos preguntó si teníamos sueños que recordarnos vívidamente. Compartí estos sueños y, lo que él dio como una explicación, me asombró y me ayudó en mi discernimiento. Me dijo que realmente tengo una vocación de ser sacerdote. Puedes preguntar: ¿por qué me ayudó en mi discernimiento? En ese momento, pensaba dejar el seminario y seguir otra vocación en la vida.
¿Qué hay en la cruz?
A menudo lo vía como un signo de muerte. Lo vía en cada tumba, en cada cementerio que visité. Temo a la muerte y cada vez que pienso en morir y en la muerte, corría a la esquina de la casa, temblando de miedo y lloraba. Cuando mi madre me veía de esta manera, siempre me decía que no me preocupara. Todavía viviría una larga vida. Eso no me consolaba porque aún tendría que morir algún día.
A menudo lo vía como un signo de sufrimiento y de dolor. El cuerpo en la cruz a menudo está cubierto de heridas y sangre. Grabada en misma su cara hay dolor y sufrimiento. Soy tan sensible al dolor que cuando me duele, lo siento por todas partes. Cuando era niño, huiría de cualquier inyección, si pudiera. Recuerdo una vez que intenté escaparme de la clínica dental. Debido a la frustración, cuando finalmente me pescaron, la dentista me extrajo el diente sin anestesia. Tienen que hacerlo rápido, antes de que puedo huir de nuevo. Se hizo mientras mi madre me sujetaba al suelo con su cuerpo y la asistente sostuvo firmemente mi cabeza y me mantenía la boca abierta. Fue rápido y se extrajo el diente.
También fue, para mí, un signo de vergüenza y derrota. ¿Qué podría ser peor que ser elevado en el mismo símbolo de la vergüenza y que todos los demás te estén mirando? ¿Cómo te sentirías siendo ridiculizado y burlado por los demás? ¿Y qué es peor que quedarse abandonado por tus supuestos amigos? ¿Qué podría ser más frustrante que ver a aquellos a que has ayudado, sanado y enseñado volverse en contra de ti? ¿Qué podría ser más difícil de tragar que darse cuenta que, después de haber renunciado a todo, sentir que fue para nada?
Ahora, cuando miro hacia atrás después de 57 años de viaje en esta vida, veo la cruz de una manera diferente.
Todavía lo veo como un signo de muerte, pero ahora es una cruz que da vida. No lo miro con temor. Puedo mirar a la muerte con esperanza. La muerte se ha convertido para mí en una puerta por la cual entro en algo mejor, y la cruz es la llave que la abre. En cualquieras circunstancias en que me encuentre, la cruz ofrece un atisbo de esperanza para algo mejor y sorprendente. Si entro en mi muerte física, creo en la vida que Jesús me ha ganado por su muerte en la cruz. Si tengo que morir a mi egoísmo, puedo ayudar, servir y sostener la vida de otro. Creceré en una vida satisfactoria y bendecida. Si tengo que morir a mi orgullo, doy a luz a la reconciliación y una mejor relación. Si muero por mis apegos, vivo de una vida libre, sin restricciones y sin carga.
Todavía lo vería como una experiencia de sufrimiento y dolor. Pero ahora tiene una razón y un propósito. No lo vería como desperdiciado e inútil. Cuando abrazo mi propio dolor y mis luchas, entiendo mejor las luchas y el dolor de los demás. Me lleva a ser más compasivo y comprensivo. Reconozco las heridas de los demás. Claramente vería sus deseos de ser entendidos y no juzgados, de ser aceptados y no despreciados, de ser bienvenidos y no rechazados. Cuando me abro a mis propios sufrimientos y dolores, se convierten en un medio de gracia para los demás cuando los ofrezco con Jesús en la cruz. Se convierten salvíficos. También me han dado fuerza de carácter y la capacidad de soportar la crueldad ajena.
Todavía veo la cruz como un signo de vergüenza y derrota. Me hace ver todas mis fallas y la vergüenza que me causó, pero no como un fin, sino como una oportunidad para que Dios me ayude. Me ha permitido elevarme por encima de mis propios fracasos. Me ha dado la gracia de la esperanza de que tengo un Dios que no me soltó cuando pudo. En su lugar, abrazó todo lo que es negativo en mí y lo clavó consigo mismo en la cruz para liberarme. Dios no se ha dado por vencido y yo tampoco debería darme por vencido. Tampoco debería abandonar a los demás. Más aún, abrazar al desafiado, los vencidos, a los marginados, a los mal entendidos, a los solitarios, a los débiles, a los moribundos con la esperanza de que el abrazo que yo les doy también les permitirá ver más allá de su vergüenza y su aparente derrota; es decir, creer y esperar una vez más.
Por encima de todo, la cruz es el AMOR incondicional y grande de Dios, porque ese es el principio subyacente que transformó todos estos aspectos negativos de la cruz en algo inefable y grande.
Mientras contemplamos la cruz, ¿qué vemos ahora?
P. Pio Pareja, MMHC